Escribió Ernest Mandel que "La doble tragedia de los países en desarrollo consiste en que no sólo fueron víctimas de ese proceso de concentración internacional, sino que posteriormente han debido tratar de compensar su atraso industrial, es decir, realizar la acumulación originaria de capital industrial, en un mundo que está inundado con los artículos manufacturados por una industria ya madura, la occidental." ¿Y ahora decimos que para desorillarse Latinoamérica debe abrir todas sus puertas a competir en el mercado mundial? Qué engaño. Nunca en mi vida he leído una explicación mejor de la situación actual de desigualdad entre el Sur y el Norte del mundo.
No hay ejemplo más fuerte de esta realidad que las minas de Potosí que todavía siguen sido explotadas para su estaño, zinc, plomo, y un poco de plata. Entramos en las minas para ver este duro proceso. Los mineros trabajan noche y día para ganar bastante para sobrevivir y la mayoría mueren de silicosis después de solo 10 o 15 años en las minas. Sacan los minerales con dinamite, palas, martillos, taladros, y sus propias manos. La hoja de coca que mastican es esencial para sobrevivir las horas de trabajo en los túneles oscuros que a veces son bastantes grandes solo para gatear. Las hojas nos ayudaban también a aguantar la marea de la altura. Y también vimos las estatuas del Tío de las Minas, que parece al Diablo cristiano, pero que protege a los mineros en su reino bajo la tierra.
Esta historia de Potosí es algo que yo nunca aprendí en escuela, y si no me equivoco, muchas otras estadounidenses tampoco. Pero es algo que debemos comprender si queremos afrentar la injusticia del orden mundial. Y es una historia que nunca podré olvidar después de mi tiempo en Potosí y en las minas del Cerro Rico.
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